La desnudez que no es∗

¿Qué nos ofrece el artista como desnudo? ¿Es el goce de un cuerpo que habla, o acaso su deseo revestido de lenguaje? Estas preguntas sugieren distintas elaboraciones, distintas conjeturas. Todas encuentran su mediación en la precariedad del texto, lo que el verbo alcanza a recoger de un acto reservado siempre al carácter singular. Probemos, sin embargo, algún recorrido.

 

En 1846, el poeta estadounidense Edgar Allan Poe publicó en la Graham’s Magazine un ensayo titulado Método de composición. En él reflexiona, a propósito de su célebre poema El cuervo, sobre la importancia de domeñar los distintos elementos que conforman el encadenamiento de un texto, para alcanzar sus mayores efectos. Según Poe, ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición, ni al azar, en cambio esta debe valerse de la exactitud y la lógica propias de un problema matemático.

 

Muchos son los escritos sobre poética que a lo largo de la historia encarnarían una discusión con los postulados de Poe, encumbrando por el contrario cierto Ars del cuerpo desierto y asolado delante del texto (encontramos, por ejemplo, ensayos sobre la metafísica en Hölderlin, la mística en San Juan de la Cruz, el sin sentido en Joyce, el nudo en Kafka, el exceso en Bukowski). No obstante, y en favor de Poe, todos parecen confluir en la brazada que, frente al encuentro con el agujero de nombrar la propia existencia, se intenta para ponerse a salvo; se hace acto de escritura.  Dicho de otro modo, es el texto lo que viene a recubrir, de alguna manera, la estremecedora imagen de un cuerpo desnudo y mutilado que será expuesto frente a un otro que lo mire.

 

No hay desnudez de la que no se pueda hablar.  La distinción del artista se halla, o bien en mostrar el hermoso traje de significantes que oculta el irremediable cuerpo manco, o, por el contrario, revestir sus fallas para que puedan ponerse en obra. Solo el artista sabe de su falta, ahí otra vez su virtud, pues para alcanzar la obra ha sido preciso el encuentro con el horror de una falta, con lo insoportable que reside en el cuerpo y fue atributo de él ponerlo afuera, en la cultura. Es este el proceso que Sigmund Freud definió como sublimación, y en el que identificamos la operación de una desnudez, que no es, en el artista.

 

Abrimos y cerramos con una pregunta – de qué otra manera puede hacerse esto que se escribe – pregunta que, además, nos guarda en un juego oportuno: ¿es el borrador el verdadero cuerpo desnudo y atrofiado al que se le toman las medidas para la gala?

 

∗Texto publicado originalmente en junio de 2015 en la Revista Borrador, de Madrid. Consultar

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